Amor junto al muro. Jóvenes en Colonia Hogares
Colonia Hogares, Madrid, 1981
Andrés Palomino

En los años 60, Vallecas era un punto (ciego) en el mapa de un Madrid en fase de crecimiento económico. Este costado de la ciudad había acogido a gran parte del éxodo rural, en torno a un 23%, que desde la temprana posguerra se desplazó a la capital en busca de una vida mejor. Alrededor de 1950 queda anexionada a Madrid, solo sobre el papel, porque la segregación física y simbólica entre centro y periferia era bien patente. Relegados a los márgenes, los migrantes rurales se asentaron en el municipio; sin embargo debido a la ausencia de planes urbanísticos y soluciones habitacionales muchos se vieron abocados a la precariedad y autoconstrucción.

En 1957 se crea el Ministerio de Vivienda que inicia una febril actividad legislativa y un incremento espectacular de construcción de vivienda social, siempre desde una visión demagógica y paternalista para generar un apoyo popular; no en vano, ese ministerio fue la única parcela de poder que le quedaba a la Falange. Este giro en la política urbana modificaría la geografía del suburbio: los polígonos de viviendas, enormes moles de edificios construidos en eriales, con pisos de escasa calidad y altísimas densidades. Pronto se sumaría a este modelo el sector privado y por ende la especulación inmobiliaria. Los nuevos entornos urbanos se conforman por yuxtaposición de distintas tipologías edificatorias y por vacíos y carencias de infraestructuras y equipamientos. Vallecas fue paradigma de las metamorfosis urbanas que trajo consigo la migración interior y el desarrollismo, a su vez, de la emergencia de un nuevo sujeto político: el movimiento vecinal. Ante el desarraigo y la exclusión los habitantes de la periferia trazaron vínculos, estructuras de apoyo e identidades. De este modo se enfrentaron de manera colectiva al abandono de las instituciones y denunciaron el crecimiento urbano irregular y poco planificado.

Vallecas fue uno de los focos de contestación más activos que, a pesar de sus contradicciones y conflictos, consiguió cambios profundos en el espacio, en la cultura y en la política. Andrés Palomino registró primero con su Werlisa color, más tarde con una Nikormat y por último una Nikon F2 cuando ya era profesional, este proceso de cambio sostenido en el tiempo (desde 1973 a 1985). Una de sus imágenes patentiza las grandes distancias que debían recorrer los habitantes de la periferia para acceder a los límites de la ciudad; Amor junto al muro; joven pareja de la Colonia Hogares (Andrés Palomino, 1981) invoca permanentemente a la dialéctica lejanía/límite y vacío/lleno. La amplia panorámica contiene dos regiones desconectadas espacial, plástica y narrativamente. Una trinchera de escombros actúa como línea divisoria de ambos fragmentos. La franja aísla a los jóvenes amantes; apoyados en un muro, límite constructivo del barrio, se besan ajenos a la intemperie colindante:

observé la escena, que me pareció mágica: una pareja besándose no en una escena de mar, de atardecer, de jardín, no, sino del estado ruinoso por el que atravesaba el barrio.

La testera y la zanja convergen en un punto de fuga; una línea del horizonte elástica, pues en este término espacial se ahíla y en el otro se ensancha. Confín y planicie son los elementos formales del otro escenario, una especie de paisaje lunar donde los pozos ilegales se asemejan a cráteres. Ese gran descampado es la representación física de la nada: […] disolución hosca de continentes enteros, la desecación de océanos. Ya no había bosques verdes y altas montañas; lo único que existía eran millones de granos de arena, un vasto depósito de huesos y piedras convertidas en polvo. Cada grano de arena era una metáfora muerta que equivalía a la atemporalidad (Smithson, 2006:61).

Atraviesa la loma un cuerpo de mujer a punto de desaparecer en el espacio interminable de las afueras. Esa tenue presencia humana redirige la mirada hacia el paisaje átono y dilatado, abandonando a los amantes y al espacio centrífugo del barrio. Palomino establece un juego con la doble estrategia de observación a distancia y adhesión a los personajes. La nueva escena se organiza sobre el caminar de la mujer y los confines invisibles de la ciudad. Los extrarradios permanecían aislados del tejido urbano, separados por muros físico y alegóricos, fronteras administrativas e invisibles. Límites que manifiestan la desigualdad y exclusión de los estratos de población con menos recursos. «Los muros y fronteras urbanas son metáfora y realidad del no reconocimiento del derecho a la ciudad y de la disolución del espacio público como ámbito de intercambio» (Borja, 2013:106).

Amor junto al muro (Andrés Palomino, 1981)