El etarra Goyo Olabarría resultó muerto en Ispáster, 1980
Ispáster, Vizcaya, 1980
Alfredo García Francés

La fotografía documenta el atentado de ETA acometido en Ispáster el 1 de febrero de 1980. En dicha acción perecieron seis guardias civiles que escoltaban material explosivo de una fábrica cercana. Dos miembros de ETA fallecieron en un hecho accidental cuando una de las granadas explotó.

El cuerpo del etarra fue encontrado en un lugar distinto al del atentado, lo que introduce una dualidad geográfica y narrativa en la representación. En la imagen, se observa al sacerdote caminando junto al vehículo desde donde asoma el cuerpo destrozado del etarra. Este detalle, lejos de reducir la carga alegórica de la escena, refuerza la ambigüedad de su presencia: no hay un gesto claro de redención, pero la cercanía física y emocional del cura con el cuerpo del militante evoca la relación polémica de ciertos sectores de la Iglesia vasca con ETA. El sacerdote, aunque no está realizando un acto sacramental en el momento de la fotografía, aparece como una figura cargada de significados. Su proximidad al cuerpo del terrorista, sumada a la ausencia de las víctimas del atentado en el marco visual, refuerza la narrativa de que algunos clérigos mostraron más empatía hacia los militantes de ETA que hacia las víctimas de sus acciones. Durante décadas, la Iglesia vasca ha oscilado entre la reivindicación cultural de un pueblo reprimido y la adhesión a posturas que, de manera tácita o explícita, coquetearon con la causa de ETA.

Desde un punto de vista formal, la fotografía destaca por su composición sobria y su capacidad de condensar múltiples capas de significado. El vehículo en primer plano, se convierte en un símbolo explícito de la violencia del atentado, mientras que el sacerdote, ligeramente apartado y envuelto en una postura contemplativa, introduce una pausa que invita a la reflexión.
El cuerpo del etarra habla de la barbarie, mientras que la figura oscura del sacerdote parece absorber la atmósfera sombría que rodea el momento. Este contraste entre la destrucción y la quietud introduce una tensión narrativa que interpela al espectador sobre el papel de los testigos y los actores secundarios en la historia de la violencia.

El desplazamiento espacial entre el lugar del atentado en Ispáster, donde murieron los guardias civiles, y el sitio donde se encontró el cuerpo del etarra fallecido refuerza la idea de un conflicto disperso, tanto en lo físico como en lo simbólico. Este hecho no solo fragmenta el relato de los acontecimientos, sino que también subraya cómo la violencia de ETA operaba en múltiples dimensiones, afectando tanto a las víctimas como a sus perpetradores.
La fotografía concentra este desdoblamiento en un solo cuadro, donde el acto de observar llega a ser una forma de narrar. El sacerdote, como figura central, se convierte en un mediador simbólico que no toma partido explícito, pero cuya sola presencia plantea interrogantes sobre las alianzas, los silencios y las prioridades morales en el contexto del conflicto vasco.

El etarra Goyo Olabarría muerto (Alfredo García Francés, 1980)