El barrio, por su ubicación y topografía, se convierte en un hilván de vacíos, por estar desacompasado con el progreso en un tiempo detenido. También denominados poblados, cuando apenas alcanzan a ser la imagen parcial de un pueblo, esas agrupaciones de viviendas situadas en los márgenes de la ciudad contienen regiones deshabitadas e intransitivas, sin un uso preciso. Ignasi de Solá Morales pensó en estos espacios olvidados a través de la noción Terrain vague, destacando el término «vague» de la expresión francesa, en su sentido de «vacante, vacío, libre de actividad, improductivo, en muchos casos obsoleto. Por otra parte en su sentido de impreciso, vago, sin límites determinados, sin un horizonte de futuro» (De Solà, 1996: 10-23). Los descampados y solares, espacios sin definir que expresan las contradicciones urbanas «son, en definitiva, lugares externos, extraños, que quedan fuera de los circuitos, de las estructuras productivas. Son islas interiores vaciadas de actividad, son olvidos y restos que permanecen fuera de la dinámica urbana» (De Solà, 2009:40). Existen sutiles diferencias entre estas oquedades urbanas; el solar es una parcela en transición, genera un impasse entre la demolición de un edificio y la construcción del siguiente. Imposible orografía de desmontes, prótesis de edificios y escombros, donde quedan dejados a su suerte objetos cotidianos que acaban imitando a un «Ready made ampliado hacia el espacio» (Ramírez, 2012: 235). El descampado es un paisaje fortuito y despreciado en el que se instala el abandono; en él se revela la naturaleza con un ecosistema propio hecho de malas hierbas y alimañas (Ramírez, 2012:231-241). A medio camino entre el campo y la ciudad, esa condición fronteriza lo convierte en un reducto de libertad, como señala Luc Lévesque (1999) no solo son entornos deteriorados, en ellos también es posible la resistencia y el albedrío. El descampado como coto de lo inesperado es el enclave propicio para la fantasía, muestra el dominio que la infancia tiene de un territorio no domesticado por el mundo de los adultos,
… puedo decirte que los descampados de Palomeras eran el lugar “apropiado” para improvisar juegos. Ciertamente, la columna de alta tensión no parece la estructura más indicada para hacer escalada, y por eso me llamó la atención ver a tanta chiquillada allí arriba. Ni que decir tiene que la columna estaba en desuso, no electricidad ni voltaje, pero sí el peligro de caer desde cierta altura. Como fotógrafo, solo me veía obligado a captar la imagen, no entendí que fuera mi obligación instarles a que se bajaran. Quizás el que hiciera la foto a contraluz fue porque no era cuestión de identificar a los infractores, si es que tal cosa se pudiera decir de ellos.
Palomino asume un sentido de ascensión en su imagen Niños jugando en columna de alta tensión, en el descampado de Palomeras Altas, 1979. Niñas y niños trepan por las torres de alta tensión como auténticos trapecistas. La mirada del fotógrafo se hace cómplice de la chiquillada y atrapa la escena. La imagen tiene una connotación aérea por la verticalidad y el uso del contraluz. Apuntando a la luz, crea siluetas de niños-pájaros y difumina el fondo sumido en el abandono.