Manifestación en Madrid organizada por la Coordinadora de Entidades Ciudadanas por la carestía de la vida y la petición de legalización de asociaciones en trámite.
El ministro llegó a la comida entre irritado y confuso. El ya sabía lo que la democracia significaba, ya entendía que habría que legalizar a todos los partidos políticos, y que la izquierda ocupaba un lugar relevante, le gustara a él o no, en la sociedad española. No estaba dispuesto a escandalizarse por nada, o por casi nada. Pero la foto del puñito le parecía demasiado. La foto del puñito se había hecho, desde luego, con mala leche, a saber si no habíamos colocado al niño como procedía, si no era un redactor del periódico el supuesto padre que le mantenía en hombros, si no le habíamos inducido a levantar el puño a cambio de premiarle con caramelos, que en este caso resultarían peores que los dulces envenenados de la leyenda…, a saber si no era todo un montaje avieso para explotar a nuestro favor el caos en el que se desenvolvía la vida española. Era un niño tan rubio, tan mono, tan angelical, tan simpático y bien trajeado, que su imagen resultaba demoledora, porque al primer vistazo parecía un miembro de la oligarquía dominante, o de la biempensancia del barrio de Salamanca, y viéndole esbozar aquel gesto inequívocamente revolucionario estaba claro que se pretendía simbolizar de alguna forma el porvenir.
Los representantes de la empresa y los redactores del periódico recibimos aquella reprimenda entre perplejos y risueños. Al fin y al cabo, el ministro era un caballero aperturista, no un cavernícola a la vieja usanza, un franquista reformado y decente, decidido a colaborar en la construcción de la democracia. De modo que su desbaratamiento no podía deberse a la publicación de la foto en sí, sino a la argumentación y presiones que en torno a ella se habían desatado en los corredores del poder. A éste le recorría el espinazo, cada mañana, un escalofrío monumental, entre atentados de ETA, ruido de sables, huelgas salvajes y crecimiento imparable de la inflación, mientras tomaban carta de naturaleza las discusiones, más o menos académicas, sobre si debíamos los españoles emprender un proceso rupturista, constituyente, o tratar de reformar el franquismo utilizando sus propias leyes.
Juan Luis Cebrián. LA TRANSICIÓN. 7. Memoria gráfica de la historia y la sociedad españolas del siglo XX. Ed. Diario El País (2006)