Paracuellos, Madrid, noviembre 1977
Paracuellos, Madrid, noviembre 1977
Carlos Bosch
Nikon-F3 con motor incorporado

Aquello que aparece en campo es tan importante como lo que se fuga de él; se desdobla la ficción en varios ámbitos, la clave para descifrar la imagen está en lo sugerido, en el espacio imaginario. El retrato se formula con un encuadre cerrado que aísla al niño en un submundo sórdido a pesar de la dulzura de su mirada. Quizás el fotógrafo le ha pedido que incline un poco la cabeza, “así se verá mejor…” De entrada la imagen produce un fuerte impacto visual por la precocidad simbólica. El fuera de campo palpita, hay señales en la imagen de lo que allí acontece. El mundo de los adultos está depositado en los márgenes, a los lados, detrás de… (siguiendo la topografía de Nöel Burch). La mano del padre es un soporte, le muestra: “hijo, mira ahí”. “Ahí” detrás de la cámara, en otro segmento espacial, se encuentra la mirada del fotógrafo. El leve picado indica que la mirada del niño es sostenida por la mirada de un adulto. Ese mundo, aun más feo, se sitúa en regiones de invisibilidad.

Paracuellos, Madrid, noviembre 1977 (Carlos Bosch)